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miércoles, 16 de marzo de 2011

MUJER EN LA COCINA



Se le rompió la risa
en una nota musical,
un quiebro de la voz  en alguna tonadilla.

Ningún piano completó el acorde.

Desconcertada,
en la cocina comprendió
lo inútil de las flores en el pelo,
la pincelada roja de los labios,
el rubor añadido...

Sin haberse marchado,
no estaba ya en su vida el compañero.

Se supo en soledad
y descendió hasta las baldosas
al contemplar la vida que escapaba
entre el vapor de un guiso
aromado con ramas de tomillo.

Juan Carlos Calderón

3 comentarios:

Juan Calderón Matador dijo...

Agradezco la publicación de este poema en tu blog, pero creo que deberías poner el nombre del autor, en este caso, yo mismo. Pertenece a mi libro "Eco de niño para voz de hombre". Un abrazo
Juan Calderón Matador

Rebecca Rosenbaum dijo...

hola Blanca,
que triste cuando uno se da cuenta que la vida se le ha pasado y es demasiado tarde, la juventud se le ha ido, las posibilidades se han ido con la edad.
Muy real tu poema.

Te sigo, y hago votos porque me sigas también.

un abrazo fuerte^^

Unknown dijo...

Hola Blanca. El poema es hermoso aunque bastante triste.
No hay ningún estomago agradecido por el que valga la pena estar entre satenes y cacerolas?.
Adelante guapas, si vale la pena ponerse un poco de carmín y de rubor y verse guapas, solas o acompañadas.
ELENA

PUÑADOS DE POLVO

Mi foto
Por la persiana entornada entra al comedor en penumbra, un rayo de sol matinal. Y por la misma rendija sale a la calle, oblicua hacia arriba, una banda ancha y dorada de moléculas. Parece una legión de bailarines, pues, mirando atentamente, veo que cada uno de los puntitos rubios gira de una manera vertiginosa sobre sí mismo. Si yo supiera física, ¡cuantas observaciones podría hacer ahora! Pero no sé nada más que imaginar y soñar. Y miro con envidia a esa banda de átomos que se va a correr el mundo, llevándose quizás el secreto de todas mis intimidades. ¡Oh granitos de polvo que vais a ver lo que yo no he de mirar jamás: bosques, mares, ciudades, templos, auroras boreales, maravillas! De soplo en soplo, de ráfaga en ráfaga, recorréis la tierra, sorprenderéis el secreto de mil mujeres, y cuando el viento os vuelva a traer otra vez a este lugar, quizás haya transcurrido un gran montón de siglos. Yo no seré ya más que un puñadito de polvo amarillo. Y entonces me iré a danzar y a correr por el mundo con vosotros.